Conocer nuestro pasado nos ayuda a enfocarnos para afrontar el futuro.
En la actualidad, estamos muy acostumbrados a mostrar nuestra mejor cara, presumir nuestros viajes, compras, actividades y demás en Instagram. Poco a poco construimos una burbuja donde habita una versión distorsionada de nosotros mismos. Buscamos contantemente mostrarle a los demás que estamos bien y que vamos por el buen camino, a pesar de que esto puede no ser del todo cierto.
Todos nos hemos hecho alguna cicatriz, tenemos unas más marcadas y profundas que otras. Pero una vez plasmadas en nuestra piel, se quedan para acompañarnos por el resto de nuestros días en la tierra. Puede que, algunas se vuelvan más borrosas con el pasar de los años, pero siguen ahí formando parte de nuestra piel; contando parte de nuestra historia.
Nuestras cicatrices son más que marcas; están llenas de nostalgia, de buenos y malos momentos, de anécdotas divertidas, pero sobre todo de aprendizajes. Un claro ejemplo es cuando nos caemos contra el pavimento, y gracias a eso, aprendemos que esos tropiezos lastiman, nos hacen sangrar, destruyen nuestros tejidos e incluso pueden sacarnos lágrimas. Pero, al mismo tiempo, nos ayudan a comprender que debemos fijarnos en dónde pisamos para no volver a caer. Lo importante es siempre seguirnos levantando.
Entonces, podemos decir que nuestra piel es un lienzo y las cicatrices son esos símbolos que le dan significado a nuestra historia, son testimonios vívidos de los relatos que están detrás de nosotros. Son esas historias que no conoce el público en general, más bien, son aquellas que guardamos para nuestro círculo más íntimo o para cuando decidimos abrirnos hacia los demás y mostrar quiénes somos realmente, con todas nuestras imperfecciones.
Cuando miremos nuestra piel y veamos nuestras cicatrices no debemos avergonzarnos, sino portarlas con orgullo. Ver nuestras imperfecciones nos hace darnos cuenta de nuestro camino ya recorrido; son parte de una máquina del tiempo tallada en sangre y piel. Son un vistazo al pasado, a la vida y sus duras lecciones, a nuestras marcas de guerra.
No hay que mirarlas con desprecio, hay que abanderarnos con ellas, llevarlas como si fuesen una biografía vívida de quiénes somos, nuestras caídas, heridas y accidentes. Sólo así podremos mirar al futuro sin vergüenza, con la frente en alto y sabiendo que… somos una versión mejorada de nosotros, una que aprendió a levantarse, a no rendirse y a saber que… somos nuestras cicatrices.
Nos leemos la próxima semana.
Luis Fernando Melacio Moreno – Brander & Creativo.
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